lunes, 3 de octubre de 2011

Todos los días son domingo.

Después de una noche de sábado vagando por las calles, coges el autobús de turno para volver a tu casa y sientes ese pequeño orgasmo al sentarte y liberar tus pies. En ese momento te da igual si el autobús te lleva a tu casa o de excursión por Majadahonda, tu estás sentada. Te pones los cascos. Apoyas la cabeza en el cristal. Cierras los ojos. En ese momento la paz que sientes es inmensa. Al día siguiente, te despiertas con esa sensación de resaca domingo, esa sensación de "atomarporculotodo". Piensas en si existe una pastilla de color rosa que lo cure todo. Piensas en las putas ganas de seguir el show, que se reducen a 0. Que dentro del barco hay más agua que en el propio océano y se ha convertido en un submarino. Pensar en lo que antes significaban los domingos. Y ya no sabes lo que es real y lo que no. Así se pasan las horas, hasta que acaba el estúpido domingo y no has hecho absolutamente nada. Pero, ¿sabes qué es lo peor? que hace tiempo que para mi, todos los días son domingo. 

 "Lo único cierto era el peso en la boca del estómago, la sospecha física de que algo no andaba bien, de que casi nunca había andado bien"